Hoy en día hay una gran confusión sobre lo que es la masculinidad.
En las novelas y películas de acción queda muy bien la imagen del guerrero imperturbable y poderoso, pero en la realidad cotidiana los hombres no somos tan imperturbables ni unidimensionales como en la ficción, ni falta que nos hace.
Aún así creemos que mostrarnos vulnerables nos hace débiles, y eso no encaja con la imagen de hombre fuerte del imaginario colectivo.
Pero la verdadera fortaleza es tener el coraje de mostrarnos como somos, sin escondernos de nuestros sentimientos ni de nuestra sensibilidad, que a fuerza de roles machacones hemos ido ocultando.
A consecuencia de esto hay muchos hombres que sufren en silencio, incapaces de confesar sus miedos más profundos a sus amigos más íntimos por miedo a que se mofen de uno o lo vean ‘menos hombre’ por quejarse o expresar lo que sienten.
Y acaban refugiándose en conductas de riesgo, en comportamientos agresivos o adictivos, enfrascándose en su trabajo o en sus aficiones con una obsesión poco saludable (aunque socialmente aceptable).
El hombre fuerte es el que se escucha a sí mismo y a los demás.
Que comunica lo que siente sin miedo a que lo tilden de femenino o de poco macho y al que no le asusta expresar toda su humanidad (parte femenina incluida).
Y aunque esa no es la fortaleza que nos venden las películas de acción ni las novelas históricas de guerras y batallas, es la que más aplicación tiene para el hombre de la época en que vivimos.
* Imagen Darko Djurin