Duele que nos hagan daño. Que nos expongamos y nos critiquen o traicionen nuestra confianza. Pero es parte de la experiencia humana.
Por eso no parece casual que se haya puesto de moda lo de entrenarse como ninjas, samurais, soldados o ‘Espartanos’.
Como si estuviésemos en guerra con el mundo o como si la vida fuera una operación militar permanente.
No se puede negar que hay una parte de la sociedad acomodada y ‘ablandada’ por el estilo de vida ‘de sofá’ predominante.
Pero el precio que pagamos por endurecernos es que esa capa de dureza también es una barrera de conexión.
Protegidos bajo una armadura exterior perdemos contacto con nuestros sentimientos y emociones, que en un contexto bélico se ven como síntomas de debilidad.
Y sin conexión con lo que sentimos las relaciones con los demás pierden profundidad e intimidad.
Muchas personas confunden fortalecer el cuerpo para las demandas de la vida con ponerse corazas emocionales para evitar que les hagan daño. Cuando la verdadera fortaleza y la mejor armadura es mostrarnos como somos sin tener nada que esconder ni ocultar.
El verdadero coraje es abrazar nuestra vulnerabilidad y seguir adelante, exponiéndonos, a pesar de nuestras dudas, miedos e incertidumbres.
*Imagen Mike