A algunas personas nos puede el perfeccionismo cuando estamos haciendo algo que nos habíamos propuesto, pero no lo damos terminado paralizados por la (auto)presión de querer dejarlo impecable.
Aunque es una aspiración admirable, también es la causa de que multitud de proyectos, ideas y empresas no lleguen a ninguna parte, asfixiados por el ansia de perfección.
Cuando escribía mi primer libro me di cuenta de que el proceso de editar y corregir podía ser infinito: todo es mejorable, siempre. Pero si no paraba de hacer retoques, no acabaría el libro nunca.
Para mí hay una diferencia entre querer hacer las cosas bien y el perfeccionismo paralizante.
Así que me impuse la “Regla del 90%”.
Cuando algo estaba a lo que yo consideraba un 90% de calidad, era señal de que debía “soltarlo’. Porque seguir tratando de mejorarlo consumiría mucho tiempo y solo supondría una mejoría inapreciable para el lector.
La clave está en no dejarnos tentar por ese último 10%. Porque aunque sea irresistible para nuestro lado perfeccionista, no merece la pena el esfuerzo… sobre todo si lo usamos como coartada para no sacar a la luz lo que hemos creado, como muchas veces pasa.
* Imagen Juraj Varga