Me conmueven sobre manera los actos de compasión, amor, solidaridad, coraje, honor y ternura que presencio.
Las muestras de las cualidades humanas más altruistas y generosas del repertorio conductual humano me llenan de emoción y lágrimas.
Pero durante muchos años reprimí con todas mis fuerzas estos impulsos para no exteriorizar sentimientos que me hicieran parecer vulnerable a los ojos de los demás.
No fue hasta que un día en el cine al final de la película “Sacrificio” del director ruso Andréi Tarkovski, rompí a llorar y sollozar irrefrenablemente como un niño.
La escena que cierra la película muestra uno de estos actos de compasión y ternura que tanto me llegan y todas mis emociones se desataron en ese momento.
Y lo que es mejor, las dejé ir, sin reprimirlas (¡finalmente!) ni avergonzarme de sentirlas.
Porque, supuestamente, “los hombres no lloramos”, O eso nos dicen, y así nos educa la sociedad.
Y luego nos sorprende escuchar las quejas de muchas parejas de esos hombres duros, fuertes… y fríos, cuando no son capaces de expresar sus sentimientos. Pero es que esto es a lo que estamos acostumbrados y enseñados desde que somos niños.
El tema es que los hombres SÍ lloramos. A veces por muestras de valores humanos positivos que vemos, otras por la pérdida de un ser querido, o por una decepción amorosa, profesional o existencial, como cualquier ser humano.
Y como tales sentimos emociones, aunque nos falte el lenguaje y la práctica de expresarlos.
El problema es que esto crea una sociedad en la que muchos hombres reprimimos y nos avergonzamos de nuestras emociones o las sufrimos en silencio. Incapaces de hablar con nadie por miedo a mostrar debilidad y vulnerabilidad.
Es hora de ampliar la concepción de hombre que tiene la sociedad. Que se puede ser integrar la fortaleza física y mental con la inteligencia emocional.
Porque sino, perderemos una gran parte de nuestra “humanidad” por el camino.
*Imagen James Chan