La labor (y el valor) de un buen maestro es impagable.
Con sus enseñanzas nuestro mundo se expande, y nos regalan no sólo en información sino en verdadero conocimiento.
Porque un verdadero maestro es generoso con su tiempo, con su sabiduría y con su ejemplo.
Y el signo de un gran profesor es buscar que sus alumnos le superen; querrá decir que ha hecho bien su labor.
He tenido la suerte de tener unos maestros (y sobre todo maestras) maravillos@s en muchas de las formaciones que he realizado.
Pero también he sacado lecciones impagables del ejemplo de personas formadas en la “escuela de la vida”.
Siempre recordaré la noche que me tocó trabajar en un restaurante Indio en la fiesta de cumpleaños de un grupo de ‘nuevos ricos’, en mis tiempos de camarero en Londres.
Llegaron con sus exigencias y sus aires de superioridad, quejándose de minucias y creyéndose muy especiales.
La lección maestra surgió al final de la noche cuando nos pidieron que llevásemos las cajas de vino sobrante de la cena al maletero de su coche.
Cuando había cogido las llaves del coche y me disponía a llevar las cajas, el camero jefe me detuvo y me dijo: “somos sus camareros, pero no sus criados”.
Puso las llaves del coche en la barra junto a las cajas y les dijo que se encargaran ellos mismos.
Creo que el “zasca” se escuchó en todo Londres, mientras yo admiraba el saber estar, el oficio y la dignidad de ‘mi maestro’.
BONUS
– Piensa en algún ‘maestro de la escuela de la vida’ que hayas tenido y agradécele lo que te ha enseñado.