¿Y si el verdadero sentido de la vida consistiera en disfrutar de algunos momentos tan intensamente que no dejan espacio (mental) para nada más?
Hablo de momentos cotidianos que podemos hacer mágicos dándoles toda nuestra atención.
Como el confort de un chocolate caliente en una mañana fría de invierno (con fartons de chocolate para mí, ¡por favor!), mientras suena una canción antigua de amor en la radio, también reconfortante.
En esos segundos parece como si el mundo se detuviera a saborear la perfección de ese instante.
Es la magia de apreciar cosas sencillas, muchas veces gratuitas, como ver una puesta de sol, la sonrisa de una persona a la que queremos, el entusiasmo puro de un niño, el abrazo sentido que alguien nos da (y que damos) o esa canción antigua que hacía tiempo que no escuchábamos, etc.
Y ahí la vida toma una dimensión (llamémosle) espiritual o trascendente en la que no hay riquezas ni pasiones que puedan perturbar esa paz, esa confluencia de circunstancias que hacen que el momento sea perfecto, infinito y eterno.
Sí, ya sé que estar siempre en ese estado tal vez no fuera práctico para el día a día, ya que luego nos esperan nuestras obligaciones y responsabilidades.
Pero no por eso debemos renunciar a la satisfacción que nos proporcionan esos deliciosos momentos.
BONUS
– ¿Cuáles son tus momentos mágicos?
– Asegúrate de reservar espacio para ellos en tu agenda.