Ganar no es ganar. O no solo es ganar.
Si lo fuera, ¿para qué participan tantos que saben que no tienen opciones de victoria?
Ganar es prepararse para la victoria (en todo momento). Y también es estar preparado para la derrota.
Ganar es tener el coraje de participar asumiendo la posibilidad de perder y de que las cosas no salgan como nosotros queríamos.
Porque por mucho que nos hayamos preparado, lo que sucede el día D, cuando nos lo jugamos todo, está fuera de nuestro control.
Lo que sí podemos decidir es la convicción, el esfuerzo y la dedicación con que nos preparamos. Y especialmente nuestra actitud ante el desenlace.
Pero proyectamos nuestras expectativas sobre la realidad y pretendemos forzarla para que las cosas sucedan como nosotros queremos.
Y cuando no es así nos parece injusta, sin reparar en que la realidad es SIEMPRE neutra y libre.
En lugar de resistirla tratando de imponer nuestros deseos, podemos aprender a bailar con ella. Manteniendo el entusiasmo y la fe en nuestros sueños, pero sin apegarnos a ellos.
Aprendiendo a soltarlos y aceptando el devenir de los acontecimientos.
Así (aunque ‘perdamos’) ganamos siempre.