Porque Tú Lo Vales

La relación fundamental y más importante es la que tenemos con nosotros mismos. 

Esa relación se forma en los primeros años de vida en base a la relación que tenemos con los padres y las personas que nos cuidan.

Y solo si es una relación sana podremos interaccionar e intimar con los demás de forma positiva y constructiva.

Pero formar un apego seguro es complejo y se complica mucho si los padres tienen otras responsabilidades que reclaman su atención.

Por eso en la infancia solemos adoptar conductas compensatorias para buscar la aprobación de los mayores, que son la fuente de nuestra autoestima. 

Y en muchos casos se trata de conductas alejadas de nuestra verdadera esencia, con lo que vamos reprimiendo nuestro comportamiento si no encaja con lo que se espera de nosotros.

Por eso se dan tantos casos de artistas y deportistas que solo se dedican a lo suyo para tener contento al padre o la madre, en busca de un reconocimiento y una apreciación que no recibían de otra manera. 

El catálogo de conductas compensatorias puede ir desde el perfeccionista en busca del orden perfecto para intentar controlar el mundo que le rodea. Pasando por el que se vuelve súper amable y servicial. O el hiper competitivo en busca de trofeos y medallas que lo validen externamente.

Pero estos ‘apaños’ no llegan a tocar la raíz del asunto.

Valor Intrínseco

Cuando vemos un bebé reconocemos su valor intrínseco, sin necesitar nada añadido o externo para apreciarlo.

Pero a medida que crece vamos perdiendo esa admiración y reverencia inicial por el valor de la persona y dejamos de ver su valía como algo consustancial. 

Y esto empieza por nosotros mismos, porque en general nos queremos poco o, dicho de otro modo, *podríamos querernos más*.

Con algunas (¡rimbombantes!) excepciones, muchas personas se sienten inadecuadas, insuficientes o poco merecedoras en alguna faceta de sus vidas. 

Por eso buscamos que nos validen los demás, hipotecando así nuestro bienestar en la valoración que nos dan esas figuras de apego. 

Y tampoco es mejor opción vivir aislado del resto del mundo o levantar corazas para que nadie pueda herirnos.

Porque la raíz del asunto reside en reconocer nuestra dignidad personal intrínseca por el mero hecho de SER, por la maravilla de haber nacido y de vivir. 

Hablo de tener autocompasión y autoapreciación. De ser más benévolos con nosotros mismos y de apreciar nuestra valía inherente.

Así podemos reconciliarnos con nuestros miedos, supuestas carencias o defectos (que todos tenemos, pero no por ello merecemos ser menos queridos) y relacionarnos con el mundo que nos rodea y con los demás de una manera saludable, positiva y alegre.

¡Porque la paradoja es que solo uno mismo puede ‘darse’ eso que tan afanosamente busca fuera!

BONUS

– Piensa en el bebé que fuiste, ¡celebra que eres vida!

– ¿Cuándo fue la última vez que apreciaste algo de ti? ¡Hazlo más a menudo! 

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