Todo es Estrés

Para una célula TODO es estrés. 

Desde generar energía para desplazarse o reproducirse, hasta defenderse de amenazas externas, todo son estímulos estresantes.

Necesitamos un cierto estrés para que nuestros músculos se fortalezcan o para que nuestro cerebro genere conexiones neuronales.

Pero si sobrepasamos el nivel de capacidad de nuestro sistema nervioso para hacer frente a los inputs emocionales y cognitivos a los que nos exponemos, generamos tensión y ansiedad en nuestro cuerpo y mente.

En el primer caso, podemos decir que es un ‘estrés positivo o beneficioso’ y en el segundo caso se trataría de un estrés negativo o contraproducente.

Porque el estrés no existe como algo neutro y objetivo, sino que depende de cómo lo percibe cada persona. 

Lo que para una persona puede ser extremadamente estresante (por ejemplo el miedo a las alturas) puede ser motivo de disfrute para otros (escaladores de montañas o rascacielos que se emocionan en la cima).

La clave reside en la PERCEPCIÓN que tenemos de la situación estresante. Y la buena noticia es que podemos cambiar nuestras percepciones.

Muchas veces nos (auto)estresamos porque vemos una situación de una forma fija e inamovible, y nos da la sensación de estar atrapados.

Pero siempre es posible ver la situación desde otros prismas, lo que cambia la manera de percibirla y de enfrentarnos a ella.

– Cómo Funciona el Estrés –

Tener más información sobre cómo funciona el proceso de estrés ayuda a entenderlo y nos permite influir en su intensidad y sus efectos, por eso considero importante difundirla.

Evolutivamente el estrés era una reacción de alta intensidad y corta duración que desaparecía al irse el estímulo estresante (un león por ejemplo).

Pero en el mundo actual el estrés también aparece como reacción de baja intensidad y larga duración ante estímulos no presentes (sino mentales), que no desaparece y se vuelve crónica.

La reacción de estrés segrega sustancias que nos proporcionan energía para pelear o escapar de la amenaza que nos acecha. 

Pero si no consumimos esa energía las sustancias liberadas quedan en nuestro organismo y acaban dañándolo.

El problema de esto es que inconscientemente nos habituamos a una carga de estrés permanente, que va reduciendo nuestra capacidad de tolerancia a nuevos estímulos hasta acabar sobrepasados cuando aparece algo nuevo.

Nuestro cerebro no está diseñado para soportar un estrés indefinido y permanente y puede llegar un punto en el que ‘abandona’. 

Para evitar que eso suceda puedes hacer “pequeños tratos” con tu organismo, definiendo plazos claros de lo que durará la situación y prometiendo una recompensa al acabar.

Pero para que funcione debes reservar (¡por adelantado!) un viaje para cuando termines un proyecto exigente o un masaje al final de una semana intensa.

– Enfoque Biopsicosocial del Estrés –

Según el enfoque biopsicosocial, en nuestra percepción del estrés influyen estímulos de naturaleza biológica, psicológica y social.

Pueden ser sustancias que no le sientan bien a nuestro organismo, falta de sueño, carga de trabajo excesiva, roce con alguna persona, incertidumbre hacia el futuro, una mala noticia, etc.

Ahora imagina que tu capacidad para tolerar el estrés es como un vaso que hace de recipiente de todos los estímulos estresantes que recibes. 

Gota a gota vas llenando el vaso hasta que algo, en apariencia pequeño, hace que se desborde y acabas explotando…¡o queriendo mandarlo todo a paseo!.

Para evitar llegar a este punto tenemos dos estrategias. 

1) Vaciar el Vaso

Una vez conscientes de que nos vamos cargando poco a poco podemos aprender a ‘vaciar el vaso’ de manera regular.

Rebajando las cargas estresantes (si podemos) o compensándolas con actividades de cuidado personal que nos resulten placenteras y disminuyan la tensión en el organismo.

Ejemplos de esto puede ser darse un baño caliente, un masaje o un paseo por el campo.

2) Agrandar el Vaso

La otra estrategia para hacerle frente al desborde del vaso es hacerlo más grande, de ese modo aumentamos nuestra capacidad para tolerar el estrés y los mismos estímulos de antes no nos desbordarán. 

Para esto debemos exponernos conscientemente a cargas progresivas y graduales de estrés con la conciencia de que nos hacen más fuertes y resistentes.

– Consecuencias del Estrés y Cómo Gestionarlo –

Nuestro sistema nervioso guarda en la memoria los episodios estresantes que vamos acumulando y (si no rebajamos la carga) el organismo se mantiene en un estado de alerta permanente que es tóxico e hiperreactivo. 

Una carga de estrés sostenida debilita nuestro sistema inmunitario con lo que nuestras defensas bajan.

Esto nos hace más vulnerables a enfermar y supone un estado ideal para que los virus latentes en nuestro interior se activen.

En este estado de hipervigilancia el cuerpo interpreta todo lo que sucede como una amenaza potencial y se produce una sensibilización de nuestros sensores del dolor.

Muchas de las molestias/contracturas musculares que sentimos suelen estar causadas por una carga de estrés latente que hipersensibiliza nuestros receptores y hace que activen la  reacción dolorosa con más facilidad de lo normal.

Esto también es lo que nos pasa a veces en una interacción con otra persona, que saltamos ante algo que nos dicen sin que fuera para tanto, solo que al estar hipersensibilizados nuestra tolerancia es menor.

BONUS

La buena noticia es que podemos aprovechar estos mecanismos como detectores de nuestro nivel de estrés:

– Si te enfermas con más frecuencia de lo habitual puede ser porque tu sistema inmunitario está debilitado a causa del estrés.

– Cuando tengas una contractura muscular, comprueba tus niveles de estrés porque tal sea síntoma de que tienes demasiada carga.

– De la misma manera, si detectas que tienes menos paciencia o que ‘saltas’ más en tus interacciones personales seguramente sea síntoma de estrés elevado.

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